En las afueras de Hidraltar. Se escuchó
un golpeteo, alguien llamaba a la puerta.
- ¡Guardia nacional!
Exclamó la voz de un hombre desde
el exterior.
- ¡Ya van!
Respondió la anciana con un grito
mientras dejaba el bolso de piel sobre la cama.
- ¿La guardia nacional? Que extraño, no suelen visitar las afueras de Hidraltar a no ser que busquen algo en específico.
Murmuró Astrid mientras terminaba
de colocarme las vendas limpias en el brazo. Los golpes en la puerta se
repitieron, esta vez con mayor fuerza.
- ¡¡GUARDIA NACIONAL, ABRAN!!
- ¡¡Ya van ya van, no tiene que golpear con tanta fuerza!!
Refunfuñó la anciana apresurándose a abrir la puerta.
- ¡Un poco más y me tumba la casa!
- Soy el comandante Kris Sanders, de la guardia nacional, tengo entendido que tienen a un forastero resguardado aquí, tengo órdenes de llevarlo a la alcaldía de inmediato.
Era un hombre ciertamente imponente, alto y de cabello
rubio peinado hacia atrás, su cara denotaba mucha seriedad y se notaba que era
algo engreído. Portaba una gran armadura plateada con decoraciones azules, en
su brazo un listón azul con el escudo de la guardia nacional. A sus espaldas un
par de soldados de armadura plateada que fungían como escolta.
- Oigan no sé qué quiere ese alcalde bobo, pero no se pueden llevar al muchacho, está muy malherido y no está en condiciones de caminar o siquiera levantarse. Ese alcalde bobo siempre dando órdenes a todos, como si… blah blah blah…
Continuó refunfuñando la anciana mientras el comandante
Sanders la ignoraba y entraba a la cabaña con decreto en mano, era un papiro
con un montón de texto escrito con tinta negra, tenía el sello oficial de la
guardia nacional, lo que le autorizaba a realizar una revisión minuciosa de
cualquier casa con el fin de encontrar al forastero.
- Oiga no puede entrar sin una…
Astrid no terminó la frase para cuando ya tenía el
decreto oficial a centímetros de su cara. El comandante no se andaba con
rodeos, desde el momento en el que puso un pié dentro de la casa no dejó de
girar la cabeza a todos lados, viendo por cada rincón, buscando, analizando, se
notaba que de verdad tenían apuro en cumplir su orden. Afuera la escolta se
enfrentaba a la ira de la anciana, quien los reprendía como si se tratase de su
sus nietos.
- ¿Qué es lo que quiere el alcalde con el muchacho?
Cuestionó Astrid impidiéndole el paso a la habitación en
la que me encontraba. La puerta estaba entreabierta así que podía ver y
escuchar desde mi cama lo que sucedía.
- Eso no es de su incumbencia señorita.
Intentó ignorarla y pasar a la habitación si su
consentimiento.
- Es mi casa, claro que es de mi incumbencia.
Se interpuso de nuevo entre la puerta y el comandante.
- Esto es asunto de seguridad nacional, estoy autorizado para usar la fuerza si alguien intenta interferir en la misión jovencita.
Le lanzó una mirada engreída alzando el mentón y viéndola
como alguien inferior.
- Ustedes los de la guardia nacional se creen con el poder de juzgar a todos, mienten y engañan sirviendo a mentirosos y ladrones, solo les interesa su propio bienestar me dan asco.
Le respondió con una mirada retadora al comandante,
claramente no le tenía miedo a su autoridad y no dejaría que hicieran lo que
quisieran. El hombre cambió su rostro engreído a uno de fastidio.
- No me dejas más opción mocosa, no digas que no te lo advertí.
Dio un paso atrás y puso su mano
en el mango de su espada listo para desenfundarla. Astrid no se movió un
centímetro, vio a los ojos al comandante quien claramente esperaba ver que la
chica se acobardara y se quitara del camino. Ambos se quedaron paralizados unos
segundos, en completo silencio, el ambiente era tenso.
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