24.2.16

E2: Despertar

La noche era obscura y la invadía una espesa  neblina, el galope de un corcel resonaba a lo lejos. Escuché que se aproximaba poco a poco, mis ojos estaban cerrados y me sentía paralizado, solo sabía que me encontraba tendido a mitad de una calle empedrada. Al despertar estaba en una pequeña choza, confundido, desconcertado y con un fuerte dolor de cabeza. La cama en la que estaba era cómoda y se podía escuchar cantar a las aves desde allí. Era una choza humilde, de un pueblerino quizá.
  •  Por fin despiertas.
Dijo la voz de una chica desconocida que se aproximaba.
  •  Has dormido durante dos días, ya era hora.
Se paró frente a mí la dueña de tan dulce voz, era una bella chica de unos veinte años de edad, cabello negro y largo, tez clara y grandes ojos brillantes. Ciertamente no era alguien que inspirase desconfianza.
  • ¿D-dónde estoy? ¿Quién eres tú?... ¿Qué fue lo que me pasó?
Pregunté, bastante inquieto.
  • Tranquilo, no te emociones demasiado, aun debes descansar. Esta es mi cabaña, te he traído aquí para poder cuidar de ti, estamos en las afueras de Hidraltar, mi nombre es Astrid, mucho gusto.
Agregó con una sonrisa en el rostro.
  • Y en cuanto a que te pasó, eso te lo pregunto yo a ti. Te encontré tirado en medio del camino hace dos días, la verdad no sé qué te sucedió pero esas heridas son algo serio, estabas perdiendo mucha sangre, así que te traje para poder atenderte. Mi abuela sabe de eso, ella cuidó de ti.
Observé mi cuerpo cubierto de vendajes. Había vendajes en mi cabeza, y en todo el torso, por alguna razón el brazo derecho me producía una sensación de ardor, aun estando cubierto por completo por vendas se podían ver manchas de sangre en él.
  • Dime, ¿Qué te sucedió? ¿Cuál es tu nombre?
Cuestionó ella. Hice mi mayor esfuerzo tratando de dilucidar algo, pero fue inútil, no podía recordar el porqué de mis heridas, mi procedencia, ni siquiera mi propio nombre, era realmente frustrante.
  • Yo...no lo sé, no puedo recordarlo...
Respondí frunciendo un poco el ceño.
  • Bueno, tal vez se deba a ese tremendo golpe que tienes en la cabeza, mi abuela hizo todo lo que pudo para que dejaras de perder sangre, pero esa herida es muy grande, así que necesitó algunas puntadas.
Sin pensarlo mucho, intenté levantar mi brazo derecho con normalidad para sentir dichas puntadas, pero al instante un tremendo dolor me recorrió desde los dedos de la mano hasta el hombro, sentí un ardor horrible y punzante que me hizo dar un grito de dolor.
  • AAAAAAAAHHHH!!...GGHH!!
Apreté los dientes y fruncí el ceño esperando a que el dolo cesase, con la otra mano me aferre a las sabanas de la cama con tanta fuerza que estas se desgarraron.
  • ¡Cuidado! Parece que aún no lo entiendes, estas realmente muy mal, no debes moverte demasiado.
Me reprendió, aunque su gesto me inspiraba más preocupación que enfado.
  • Déjame ver.
Comenzó a quitarme las vendas del brazo con mucho cuidado. Mientras iba desenvolviéndolas veía con asombro el estado de mi brazo, mientras el vendaje ensangrentado era removido se revelaban horribles quemaduras que se extendían desde mi mano hasta mi hombro. En ese momento, como flashazos de recuerdos llegaron a mi mente, fragmentos de imágenes que no me hacían mucho sentido, era como si aquellas quemaduras en mi brazo hubiesen iluminado rincones oscuros de mi pasado.
Recordé un bosque, una noche oscura que me producía un dejo de temor, escapaba y me escabullía entre las enormes raíces y la espesa maleza de aquellos árboles, como huyendo de algo. De pronto otro destello fugaz de recuerdos, vislumbré la luna llena en plena noche estrellada, pero no era la luna lo que mis ojos enfocaban, sino la oscura silueta de un hombre que se encontraba en la punta más alta de una edificación cercana, era esbelto y muy alto, su silueta se delineaba a la perfección pues parecía estar centrada con la luna, la contraluz de ésta solo me permitía velo a modo de una sombra inquietante, pero si había algo que me atemorizó en verdad, eran sus enormes ojos rojos, que brillaban como las brasas más ardientes del mismo infierno, esos ojos que se clavaban en mi como un depredador que asechaba a su presa, una carcajada que hizo eco en todo mi ser terminó con la imagen de aquel recuerdo, y tan abruptamente como comenzó la imagen se fue.

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