Una mañana en Dravia, hace cinco años. El sol
resplandecía con incandescencia, una mujer de unos treinta años caminaba por
las áridas llanuras de Dravia, hacia un viento a tomar en cuenta y el polvo se
levantaba como murallas cafés a la
distancia. Las llanuras de Dravia se caracterizaban por tener climas fríos por
las noches, y ser calcinantes desiertos a la luz del día. La mujer llevaba ropa
adecuada para su travesía, consistía principalmente en telas ligeras de colores
claros, blancos y beiges, un sombrero grande que tenía una tela en forma de
velo cosida a su alrededor que impedía el paso los rayos solares, además
llevaba una pañoleta café cubriendo su boca que fungía como filtro para las
ventiscas cargadas de arena y polvo, sus ojos estaban protegidos también con
algún tipo de cristal templado de color negro, llevaba en su espalda una
especie de báculo atado y de su cinturón colgaban pequeñas bolsitas de piel y
una cantimplora con agua.
- Ahg… le dije al maestro Hopkins que no era buena idea salir por provisiones hoy, estaba claro que se aproximaba una tormenta de arena… ¿Pero acaso me escucha? Naaah… dejen que Karin haga todo el trabajo sucio no impooorta… blah blah blah.
Refunfuñaba mientras se esforzaba por subir una enorme
duna de arena. Al llegar a la cima se quitó su sombrero y sacó de el un pequeño
trozo de papel.
- Mmmh veamos, el pueblo más cercano debería estar...al norte, bien.
Su cabello era largo y plateado y en su frente llevaba
una especie de tatuaje, una insignia verde con algunos símbolos en otro idioma.
Guardó el papel una vez más en su sombrero y lo puso de regreso en su cabeza.
Sacó una pequeña brújula de una de las bolsitas que colgaban de su cinturón y
apuntándola hacia el norte se dispuso a continuar su trayecto.
- Karin has esto, Karin has lo otro… si me pagaran cada vez que me manda a hacer algo ya hubiese sacado a esta nación de la miseria… blah blah blah.
Continuó
refunfuñando mientras caminaba.
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